Desde entonces, cada vez que tomo una decisión (algo que hago muchas veces al día) tengo muy presente que me estoy jugando nada más y nada menos, que mi propia felicidad.
Tomar decisiones es una acción cotidiana (e inevitable).
Estoy tomando decisiones desde que abro los ojos y elijo qué ponerme o qué voy a tomar de desayuno.
Algunas las tomo con el piloto automático y para las más importantes necesito tener muy claro qué es la felicidad para mí.
Pero no siempre tengo esa claridad.
Muchas veces me lleno de dudas o me siento confundida antes de tomar una buena decisión.